martes, 12 de septiembre de 2017

Un hilo de agua corriendo entre las piedras

Hace 7 años atrás estaba en La cumbre haciendo trámites familiares, había ido solo, con la promesa de volver para pasar navidad en casa. En aquel momento si bien no estaba en casa, ese paisaje serrano para mí era un segundo hogar, un lugar que en el que en sueños doy vueltas por sus calles, quiero llegar a un lugar al que nunca llego, pero que si me preguntan tampoco puedo describir.
Estando allá, pasé por el cine porque se hacia un ciclo que coordinaba Roger Koza, en la función anterior pasaban una que ya había visto, así que me fui al kiosko me compre dos latas, caminé unas vueltas, me tomé una y me guarde la segunda para la función de Nostalgia de la Luz. La verdad no tenía ni idea quién era Patricio Guzmán, tampoco lo sé ahora, pero en aquel momento definitivamente entre a la sala en blanco, creo que seríamos 8 personas contándolo a Koza.



Salí con una extraña sensación, como que había estado en un momento que iba a recordar, me prometí acordarme de todo lo que había visto, me puse a pensar en todo lo que extrañaba en aquel momento, me propuse hacer tiempo, demorar la llegada a casa.


Ayer vi, El botón de Nácar de Patricio Guzmán, quería verla en un ciclo de cine de acá, que pasaban al principio un corto documental de un documentalista amigo sobre un poeta que admiro Miguel Angel Federik pero era muy miércoles y se me hacía imposible ir. Además de que tenía miedo, pero ese miedo extraño y feliz que dejan las emociones, que alguna vez viví pero esta vez no me anime a revivir.
Escribo esto pensando que tal vez ya lo escribí o ya se lo conté a alguien, escribo pensando que la palabra miedo del parrafo anterior no sea la correcta pero prefiero dejarlo así, creo que recordar es compartir  y ahora, nuevamente aquí, escribo porque son cosas que me quedaron dando vueltas en la cabeza, y que voy hilando de a poco, y que lamento que seguramente esto quedará inconcluso.
Como ese libro del uruguayo Daniel Mella, El hermano mayor,  que empecé a leer en el verano a principio de este año una novela que trata sobre un joven cuyo hermano era guardavidas y que muere en el mar y como sobrellevan los que quedaron esa situación.


 O en el otro libro que leí esperando en el banco sobre la tribu, no sé si se dice así, tribu Selknam, sus cuerpos pintados y su vida en el mar. 

El mar que atraviesa la película. No el mar, el agua. En un momento una anciana comienza a traducir palabras, pero en su idioma no existe la palabra Dios, ni la palabra Policía. Son cosas inconexas pero que conectan de alguna manera. Guzmán en el botón de Nácar cuenta que conoció el mar cuando un compañero de escuela murió ahogado y cuenta también que donde se realizó el mayor exterminio de las tribus del sur de Chile funcionó un centro de detención durante la dictadura de Pinochet. Y yo puse todo mi esfuerzo, agarré el celular y me puse a boludear, y prendí la hornalla y le daba de comer al perro, pero no pude no llorar cuando un grupo de detenidos presos políticos señalan la isla de Dawson, porque aunque intentemos bloquear nuestros sentidos, son cosas que se nos cuelan en el cuerpo y que de alguna manera u otra luchan por entrar y llegarnos a los huesos.



En la cumbre hay un arroyo que cada tanto se seca y hace que los piletones pasen veranos con el agua estancada o con solo un hilito que corre entre las piedras.
La última vez que intenté con unos amigos subir arroyo arriba para llegar hasta el dique donde baja el agua con fuerza se largo una tormenta, en el camino encontramos dos viejos que venían en sentido contrario al nuestro, bajan al trote como cabras y nos alentaron a seguir, la tormenta y la arenilla húmeda nos impidió seguir, así que volvimos a la base ya con el sol arriba en busca nuevamente de unas cervezas.

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