lunes, 26 de enero de 2015

Al igual que a una red social, de la que uno no se despide sino que directamente abandona.


Confieso que no vi la película, sí vi todas las otras de Sofía Coppola, pero por algún extraño motivo esta no, creo yo que por puro prejuicio.
El encuentro con este libro fue súper azaroso, había leído un libro de cuentos basados en casos policiales argentinos reales y una amiga me recomendó este libro antes de las fiestas que lo leí de un casi de un solo aventón.
Lo que mas me llamo la atención fue desde el lugar que se cuenta la historia de las hermanas Lisbon o la voz que tiene el narrador.
Creo que no hay momento más misterioso en la vida que la adolescencia, y esta contada la historia desde la mirada de un vecino adolescente atrapado por esas chicas.
Cuantos de nosotros, ahora arrepentidos, habremos hechos comentarios muy burdos sobre tal o cual compañera, por como se vestía, se peinaban, por los dientes que tenían, juegos de palabras obscenos con su apellido, etc.
Yo lo hice, si, cualquier cosa servia para ser crueles, no se si concientemente, pero como era la costumbre, uno erróneamente creía que esa era la forma correcta de relacionarse con las mujeres.
Pero también fui de los que estuvimos fascinados por esas chicas, y con el paso del tiempo me creí mis propias historias, me invente que nos escondíamos debajo de la cama y le mirábamos las patas a su padre que entraba a revolverle los cajones para hojearle su diario o que salíamos a vender plantines para pagar el viaje de egresados porque éramos huerfanitos, o que juntos dibujábamos pistolas y rosas en el baño del Berduc y nos subíamos al inodoro cuando entraba alguien.
El paso del tiempo hace que las cosas cambien de escala: a las chicas de solo un par de años mas que yo las veía desde el patio de abajo y me parecían heroínas volcánicas que me abrasaban con la mirada, tiraban desde arriba sus chicles colillas y cáscaras de girasoles.
Hace unos días salí a caminar y se me dio por ir hasta el barrio al que fui a la escuela, a redimensionarlo, afrontarlo, le di la vuelta a la manzana, el campo deportivo esta abandonado, los arcos desvencijados y los aros sin red, pero encontré una puerta que tenia olvidada, una puerta que daba atrás de la capilla y conectaba con el patio interno y de ahí directo salía a la calle, sin que nadie nos viera rajabamos a tu casa, a copiar, de un suplemento especial de la 13/20, dibujos de tatuajes en los bordes de la carpeta.

Al igual que a una red social, de la que uno no se despide sino que directamente abandona, las cosas que alguna vez nos fascinaron y que abandonamos, en un momento, reaparecen y de eso se trata, de afrontarlo.


"A través de los árboles se divisaba la casa de los Lisbon, pero no se distinguían luces, probablemente porque a esa hora ya no funcionaba la electricidad. Nos metimos dentro, donde la gente se lo estaba pasando en grande. Los camareros servían ahora unos pequeños cuencos de plata llenos de helado verde. En la pista de baile habían colocado una caja de gas lacrimógeno que difundía una niebla totalmente inofensiva. El señor O'Connor bailaba con su hija. Todos brindaron por el futuro de Alice.

Nos quedamos hasta que amaneció. Al salir al encuentro de la primera madrugada alcohólica de nuestras vidas (una desleída aparición de luz, utilizada excesivamente a lo largo de los años por los directores que insisten en la misma nota), teníamos los labios hinchados a fuerza de besos y en la boca sentíamos un regusto a muchacha. En cierto sentido ya habíamos estado casados y divorciados, y Tom Faheem encontró una carta de amor en el bolsillo del pantalón, olvidada por la última persona que había alquilado el esmoquin. Las moscas del pescado que habían criado durante la noche seguían temblando en los árboles y en las farolas y hacían resbaladiza la acera, como si caminásemos entre ñames. El día amenazaba con ser bochornoso. Nos quitamos las chaquetas y seguimos por la calle de los O'Connor arriba, arrastrando los pies, después dimos la vuelta a la esquina y enfilamos nuestra calle hacia abajo. A lo lejos, delante de la casa de los Lisbon, estaba la ambulancia con sus destellos de luces. Ni siquiera se habían molestado en encender la sirena.

Aquella mañana los sanitarios vinieron por última vez."

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